Le dije que no quería volver a saber nada de él.
Mentí. Mirándole a los ojos, mentí.
Le dije que
durante su ausencia no le había echado de menos. Mentí.
Que ha habido
otros detrás de él.
Que las noches ahora vuelven a ser cálidas. Cuantas
mentiras.
Le dije que no había sabido hacerme feliz, que fue
un capricho entre tantos.
Mentí al
decirle que yo nunca me enamoro, que lo mío con su risa había sido un
pasatiempo.
Que nunca había sentido celos al verle acercarse a
otra, que me era indiferente con quién compartiera almohada.
Él agachó la vista y yo le seguí mintiendo.
Mentí porque hay mentiras que son barcos en mitad
del mar, porque hay verdades que ahogan. No fue por orgullo, lo juro.
Mucho menos
por despecho. Fue por supervivencia.
Mentí por no
admitirle que si volvía a besarme terminaría de romperme.
Mentí por no reconocer que los míos ya le odian y a
mí no me quedan argumentos para defenderle.
Porque si no le mentía tenía que asumir que
desaparecer de su vida fue un último intento de salvación.
Que no soporto imaginar que mira a otras con los
mismos ojos que me mira a mí y que me aterra recordar lo indefenso que le
sentía en mis brazos.
Le mentí porque hablarle de mis ansias por buscarle
era igual que abandonar las armas y entregarse al enemigo.
Que quise correr y hablarle de amor pero no lo hice
por miedo a que no comprendiera mis palabras.
Y que por eso le escribo lo que nunca le voy a dejar
leer mientras a la cara le miento.
Porque ya sé que lo que mal empieza, mal acaba.
Porque esta vez tenía que proteger mi suerte.
Mentí porque él no dudó en hacerlo, porque yo le
hablé de felicidad y él prefirió no creerme.
Que no era importante para mí, eso le dije y no me
tembló la voz.
Porque preferí mentir una vez a vivir con
incertidumbre toda la vida.
Mentí porque no podia seguir quemándome en el
infierno de las dudas, porque nadie debe luchar para que le quieran.
Elegí que se fuera porque nunca se quedaba del todo.
Y es que sus decisiones son tan absurdas como mis
mentiras, y he preferido darle verdaderos motivos para desconfiar de mi, así no
tiene que inventárselos.
Mentí para ponerle fácil la huida, para que en sus
noches no volviera a soñar con besos de gnomo, ni con abrazos valientes.
Para que se confirme su estúpido pensamiento de que
las cosas tan buenas no pueden ser ciertas.
Para que crea que no existo, que fui un espejismo.
Para que se vaya él, por si acaso yo no consigo abandonar.
Y maldita sea su desobediencia, que fue la primera
vez que tuvo claro que quería quedarse y luchar.
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