Corre.
En esta carrera,
no está permitido llegar tarde.
Tienes que sentirte
orgulloso y hacer sentir a los demás que tú puedes con todo esto y lo que te
echen.
Empieza por buscar una
manera digna de ganarte la vida porque esta sociedad nos programa para
sobrevivir e inevitablemente nos empuja a olvidarnos de vivir.
Lo que nadie nos cuenta
es que sobrevivir implica tener una larga lista de necesidades: el trabajo, el
hogar para vivir, la familia y no sigo porque no cabrían tantísimos propósitos
en tan pocas palabras.
Demasiada necesidad de
posesión para dejarse ir.
Siempre he creído que
hay que dejarse ir más a menudo, por muy complicado que te lo pongan.
Y es que el azar tiene más
que ver con los caminos que descartamos que con los que escogemos, y la
inconstancia de esta vida no vivida, y por lo tanto imposible de controlar, que aun así acaba
incidiendo en la que realmente vivimos, nos deja un poco de frio adentro.
Quizás intuimos que la
libertad de escoger la propia vida es un espejismo, un tipo de ilusión efímera.
Quizás adivinamos, al
fin y al cabo, que la vida tiene alma propia, y que solo la pasión de vivirla
nos puede salvar del sin sentido.
El sin sentido de la
eternidad que perseguimos.
El sin sentido del
trabajo que anhelamos.
El sentido del amor que
nunca nos sabe perfecto.
El sin sentido de no
ponernos limites, de asumir los pedacitos de libertad y dejar de amar cualquier
cadena.
Saber porque estas así,
simplemente.
A veces, quizás no puedes saberlo porque te empeñas en guiarte únicamente
por la razón y la lógica, las cosas que solo cuadran en tu absurda perfección.
Por eso, te pierdes y
no sabes encontrarte.
Es necesario
desconectar el interruptor de la conciencia para dejar que fluyan las aguas de
dentro, la sabiduría subterránea, la que te permite dejarte vivir por la vida,
que te absorbe y te fascina.
Creerte lo que pruebas,
lo que hueles, lo que tocas con la punta de los dedos.
Creerte y sentirte por
encima de ideales y, sobre todo, de imposiciones.
