Y por ello, definí una lluvia de estrellas como “las lágrimas de los que ya se han ido” porque en aquella época, y en la actualidad mucho más, me negaba, me niego a pensar que solo echamos de menos los que nos quedamos en este mundo.
Yo prefiero pensar que los que están por ahí arriba, también nos echan de menos y que la forma que tienen de demostrarlo son las estrellas. Aunque ellos tienen la supuesta ventaja de que nos ven y nosotros a ellos no, pero…Les sentimos.
Les siento y cada día con más fuerza. Son mis ángeles y sé que los ángeles que tengo en la tierra son gracias a ellos.
No soy creyente de dioses pero si de sentimientos y de sensaciones, y eso me lo siguen transmitiendo, por eso para mí, aunque lejos y no físicamente, siguen existiendo.
No necesito ningún dios ni ningún santo que me proteja porque ellos desde donde estén lo hacen mejor que nadie.
Es muy duro darte cuenta de que poco a poco “se te va olvidando” el tono de voz de alguien mientras su recuerdo sigue muy vivo dentro de ti, pero es lo que hay…
Y ahora es cuando empiezo a llorar otra vez como antes lo he hecho y cuando me pregunto a misma que porque escribo sobre esto si sé que me hace daño, ahora que ya lo tengo “superado”…
¿Superado? Nunca lo superare, mejor dicho “ahora que estaba empezando a aprender a vivir con ello”.
Quizá es porque de vez en cuando, dentro de mí, se acumulan estrellas y tienen que hacer una lluvia desde mis ojos para volver a sentirme bien…