No me adapto bien a los cambios, los sufro
intensamente y los resquebrajo en cada nueva etapa.
Lo comienzo a notar cuando me pierdo en mis adentros
más de la cuenta.
Paso días hablando poco y comunicándome menos,
aunque por mis labios salgan vocablos.
Solo puedo confesar que yo tampoco comprendo bien
esta dualidad de la que estoy compuesta.
Como si yo misma me instara a analizarme
constantemente cuando la yo rutinaria, aburrida, mediocre y estática se choca
de bruces como un gilipollas contra una pared de hormigón.
Porque soy una torpe, y una bruta, en comparación a
mi yo analítico, ese yo que moriría ante el estancamiento y la falta de
crecimiento.
Supongo que por esa lucha interna tan lenta se me da
bien plasmar sensaciones que otros solo expresarían con onomatopeyas, gritos y
gruñidos.
Así que podría decirse que sí que estoy rota.
Rota como la semilla cuando germina.
Rota como la placenta al dar la vida.
Rota, de dentro hacia fuera, como la cascara de un
huevo que da paso a un feo polluelo sin
plumas.
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